Presentación Volumen 1

PRESENTACIÓN DEL PRIMER VOLUMEN:
CRÓNICAS ANTIGUAS DE NUESTRA SEÑORA

Número de páginas: 242

ISBN: 978-88-89231-86-9

Hemos querido reunir en el primer volumen de esta colección tres obras de gran importancia histórica.

Las dos primeras son las crónicas más antiguas que nos han llegado sobre la historia primitiva y los antiguos milagros de María Santísima en su advocación de la Pura y Limpia Concepción de Luján. La tercera es un estudio aparecido hace algo más de cincuenta años, de gran valor en la historiografía lujanense por el hecho de que su autor había descubierto y publicaba cierta documentación que, a la vez que permitía identificar el lugar del milagro de la carreta, acreditaba la historicidad de los personajes de aquella primera época y de otras varias circunstancias mencionadas en las crónicas antiguas.

Sobre sus autores y el valor de estos escritos nos remitimos al autorizado juicio de Mons. Juan Antonio Presas en su obra Nuestra Señora de Luján. Estudio crítico-histórico 1630-1730, publicada como tercer volumen en esta colección[1]. Diremos aquí solo unas pocas palabras introductorias sobre cada uno de ellos, y presentaremos la metodología que hemos seguido en esta publicación.

Haga click en la imagen para ver algunas páginas del libro.

1.  La Crónica breve y concisa de fray Pedro Nolasco de Santa María

La primera obra es la relación del año 1737 que recoge el testimonio de un sacerdote mercedario, fray Pedro Nolasco de Santa María, presentado ante un tribunal eclesiástico erigido expresamente para dar consistencia a los hechos sobre Luján que hasta ese momento eran conocidos solo por tradición oral.

Esta crónica tiene una importancia fundamental en la historia de Luján, pues sobre ella se apoyan los otros autores que han investigado y escrito sobre el origen, primeros milagros y culto primitivo dado a Nuestra Señora de Luján.

El tribunal eclesiástico ante el cual fray Pedro Nolasco de Santa María testificó había sido constituido como resultado de la visita canónica que en enero de 1737 realizara al santuario de Luján el doctor Francisco de los Ríos, canónigo magistral de la Santa Iglesia Catedral de Buenos Aires, por comisión del Cabildo Eclesiástico de esa sede episcopal, en ese momento vacante. Esta visita fue memorable para Luján, pues las decisiones tomadas y los autos correspondientes resultaron muy importantes para el futuro del santuario. Pero lo más trascendente fue la decisión de crear un tribunal eclesiástico para conocer los orígenes, devoción y culto a Nuestra Señora de Luján. Gracias a esta decisión tenemos hoy un testimonio de primer orden de aquellos orígenes: precisamente la crónica de fray Pedro Nolasco de Santa María.

Motivó la decisión de crear el tribunal el hecho de que dicho visitador, “a vista de tantos prodigios obrados por la mediación de Nuestra Señora de Luján, no pudo menos de lamentar la total falta de noticias individuales y escritas de tantos portentos tan altamente interesantes para la gloria de Dios y de su divina Madre, y deseoso de remediar, en lo posible, la ausencia de tan importantes manifestaciones del poder y bondad de la compasiva Protectora de los habitantes de estos dilatados distritos, ordenó se levantase, sin pérdida de tiempo, acta en forma de derecho, sobre el origen de la Santa Imagen de Luján, los principios de este santuario, la devoción que empezó a tener con todos los prodigios, milagros y portentos, que por tradición, vista, u otros conductos fidedignos, se conociere hubiera obrado Dios Nuestro Señor por medio de tan Santa Imagen”[2].

El tribunal fue presidido por fray Nicolás Gutiérrez, franciscano, predicador general de su orden y guardián del convento de Buenos Aires, asistido por el notario público y eclesiástico don Antonio Félix de Saravia. Se le dio mandato para averiguar “con toda exacción de personas verídicas, de buena fama y opinión, y principalmente de los antiguos, que para dicho efecto podrá hacer llamar y citar, el origen de dicha Imagen, de quién fue, los principios de este Santuario y de la devoción que empezó a tener, con todos los prodigios, milagros y portentos que hasta el presente tiempo, por tradición, vista u otros arcaduces ciertos supieren o hubieren oído decir que haya obrado Dios Nuestro Señor por medio de esta Santa Imagen”[3].

Los interrogatorios tuvieron lugar primero en Luján y luego en el juzgado eclesiástico de la catedral de Buenos Aires. Concurrieron “un sinnúmero de personas sumamente fidedignas, de la mejor fama y opinión […], a todas las cuales [el juez] después del juramento de costumbre, poniendo los sacerdotes la mano derecha sobre el pecho, y jurando in verbo Sacerdotis, los militares sobre la cruz de su espada, y los demás sobre el libro de los Santos Evangelios o sobre la peana de un Santo Cristo, tomó muy circunstanciadas declaraciones de cuanto saber pudieran sobre el origen de la Santa Imagen de Luján, en cuya posesión estuvo primeramente, los portentos que acompañaron su maravillosa estada en el Pago del río de Luján, los principios del santuario, de la grande devoción y del culto extraordinario que empezó a profesar a la Sagrada Imagen todo el vecindario y hasta las más remotas comarcas, y finalmente todos los prodigios, milagros y portentos que hasta la fecha, por vista propia o por tradición auténtica hubieren conocido como obrados por la mediación de Nuestra Señora de Luján”[4].

El padre Salvaire da noticia de que el volumen que contenía todos estos testimonios fue llevado del santuario en 1812 y se extravió[5]. Sin embargo, algunos folios se conservaron y se guardan en el archivo de la Basílica de Luján. Afortunadamente tenemos íntegra la relación de Santa María y los testimonios de varios milagros obrados por intercesión de Nuestra Señora de Luján, y testificados por diversas personas. El mismo Santa María testifica seis milagros, inmediatamente a continuación de su crónica. Siguen luego las declaraciones de otros testigos[6].

Fue ante ese tribunal y con esta solemnidad que, bajo juramento, declaró fray Pedro Nolasco de Santa María, quien gozaba de buena fama y era tenido como “persona de autoridad y maestro en su Orden”, como dice la conclusión de su declaración.

Pedro Arruz y Aguilera, llamado fray Pedro Nolasco de Santa María luego de su ingreso en la Orden de la Merced, había nacido en Buenos Aires en 1666, hijo de padres españoles. Ingresó muy joven en su orden, y desde temprano ejerció cargos de responsabilidad. Fue maestro, y se desempeñó como comendador y procurador del convento mercedario de Buenos Aires. Como tal era una persona de reconocida autoridad. En dos ocasiones fue capellán provisorio de la capilla de Luján, y conoció personalmente a casi todos los personajes que menciona en su crónica, entre los que se destacan el negro Manuel, doña Ana de Matos y el primer capellán don Pedro Montalbo. Falleció entre 1746 y 1753.

Su crónica es el escrito más antiguo de carácter histórico que se conserva de los acontecimientos primitivos de Luján. El testimonio es breve y conciso. Pero tiene un valor único para atestiguar la veracidad de los orígenes de Luján, porque relata hechos que el autor había escuchado narrar a testigos contemporáneos al milagro (su propia bisabuela y su padre); porque conoció de persona a los principales protagonistas de la primera historia de Luján; por la autoridad de que gozaba el mismo Santa María y por la circunstancia de tratarse de una declaración hecha bajo juramento y ante un tribunal eclesiástico formal que tenía instrucciones de obrar “con toda exacción” interrogando a “personas verídicas, de buena fama y opinión”.

En relación al manuscrito conservado en el archivo de la Basílica de Luján, Mons. Presas refiere que el padre Salvaire, en unos apuntes que se conservan en el mismo archivo, afirma que el secretario que trascribió la relación testimonial de Santa María fue el doctor José de Andújar, primer cura párroco de Luján: así se deduce de los trazos de la letra y escritura[7].

La parte del manuscrito que se ha conservado comienza con la crónica de fray Pedro Nolasco de Santa María, que abarca casi dos folios, a la que sigue la serie de milagros obrados por Nuestra Señora de Luján, aseverados por diversos testigos. El primero de estos milagros, relatado por el mismo Santa María, está contenido hacia el final del segundo folio.

Por la importancia única de este documento publicamos las fotografías de estas dos primeras páginas del manuscrito[8]. En la transcripción del texto, que presentamos a continuación, hemos modernizado la ortografía, indicando también el significado de algunas palabras hoy en desuso, y hemos divido el escrito en párrafos, según los argumentos que Santa María va mencionando en su relato.

2.  La Historia verídica de los padres Oliver y Maqueda

La segunda obra es una historia, más extensa y minuciosa que la anterior, escrita por otro sacerdote, fray Antonio Oliver, y completada y publicada por el padre Felipe José Maqueda en 1812. Completan el texto una Novena a la Virgen de Luján, y los antiguos Gozos de Nuestra Señora.

Fray Antonio Oliver nació en Palma de Mallorca en 1711[9]. A los 16 años, en 1727, vistió allí el hábito de la Orden Franciscana. Siendo aún muy joven sobresalió en el estudio de la filosofía y de la teología, y fue nombrado maestro en ambas disciplinas. Fue un hombre muy culto, dedicado al estudio y conocedor de las lenguas antiguas (latín, griego, hebreo y árabe), gramático, traductor de los autores clásicos latinos, autor de obras de teología moral y espiritual, cronista de su orden.

Padeciendo una grave enfermedad hizo voto de ofrecerse a las misiones si recobraba la salud y fue prodigiosamente curado. Obtuvo el título de misionero apostólico, deseando pasar el resto de su vida dedicado al trabajo por la conversión de los infieles. Partió entonces para el Perú en el año 1751, y su primer destino fue el célebre convento misionero de Santa Rosa de Ocopa. En 1755 llegó a Tarija, con la misión de reedificar el convento, que llegaría luego a ser Colegio de Propaganda Fide. Allí fray Antonio fue Guardián en dos períodos distintos.

Alrededor de 1770 llega a su último destino, Buenos Aires, donde vivirá hasta su muerte, acaecida el 31 de mayo de 1787. En la ciudad porteña fray Antonio escribió numerosos libros de religión, de teología, de espiritualidad, pero la mayoría de su obra no vio la luz de la imprenta. Fue visitador de la tercera orden y capellán del convento de hermanas capuchinas de Nuestra Señora del Pilar, para quienes compuso varios escritos, entre los que se cuentan un Catecismo místico para instrucción de las religiosas y un Comento de la Regla de Santa Clara. En estos años en Buenos Aires creció su fama de varón sabio y santo. Fue un hombre enamorado de la Virgen de Luján, de la cual llegó a ser su cronista.

No conocemos la fecha exacta en la que compuso su Historia, pero probablemente haya sido alrededor de 1780.

Esta obra habría corrido la misma suerte de la mayoría de sus escritos si el manuscrito no hubiese sido recogido por el presbítero Felipe José Ma-queda, teniente cura de Luján, quien lo publicó en Buenos Aires en el año 1812 añadiendo textos de su propia autoría. Es, sin duda, del padre Maqueda la poesía con la que se abre la obra, pues lleva su firma y tiene además alguna referencia autobiográfica. En opinión de Mons. Presas, Maqueda, además, habría completado la historia de Oliver a partir del relato de la confirmación de la capellanía de Pedro Montalbo por parte del obispo Mons. Antonio de Azcona Imberto[10].

El padre Felipe José Maqueda había nacido en Buenos Aires el 22 de agosto de 1740. Por parte de madre, era sobrino del doctor Carlos José Vejarano, cura párroco de Luján desde 1770. Fue el cuarto de cinco hermanos, de los cuales tres fueron sacerdotes. El segundo, Andrés, fue fraile dominico, mientras que Felipe José y el hermano menor, Gabriel José, fueron sacerdotes diocesanos. Ambos pasaron toda su vida sacerdotal en Luján: Felipe José como teniente de su tío en la parroquia, y Gabriel José desempeñándose como capellán del santuario de Nuestra Señora.

El padre Felipe José Maqueda falleció el 20 de septiembre de 1815, después de haber publicado su Historia con la adjunta Novena en 1812.

Algunos ejemplares de esta primera edición tipográfica de 1812 han llegado en buen estado hasta nuestros días[11]. El que reproducimos aquí en copia fotográfica se conserva en el Museo Histórico de Luján Enrique Udaondo.

El tamaño original del texto tipográfico es bastante pequeño, mide 88 milímetros de ancho por 133 milímetros de largo. Para facilitar su lectura lo publicamos ligeramente ampliado.

Si bien el texto tipográfico está bien preservado y es perfectamente legible, nos ha parecido útil ofrecer al lado de la fotografía de cada página el texto transcripto según el uso actual de la lengua española, corrigiendo en algunos casos la ortografía y la puntuación, e indicando en nota a pie de página, donde hacía falta, el significado de las palabras hoy en desuso.

Cuando el autor escribe en forma de poesía, no hemos modernizado el texto para no perder la belleza del escrito. Por eso el lector encontrará algunas expresiones que pueden resultar arcaicas pero que no representan ninguna dificultad para su comprensión.

En cuanto a los nombres propios y apellidos que presentan distintas grafías a lo largo de la obra, hemos optado por unificar el modo de escribirlos según la grafía utilizada la mayoría de las veces en otros documentos antiguos donde se mencionan esos mismos nombres.

Cabe notar que el autor utiliza una vez en la Historia y 10 veces en la Novena el verbo adorar referido a la Imagen de Nuestra Señora de Luján (págs. 10, 39, 43, 46, 48 –dos veces–, 51, 54, 58, 59, 63 de la edición original). Evidentemente no se refiere al acto de adorar que implica el culto de latría, que se tributa solo a Dios, sino que el verbo debe entenderse en el sentido de “amar con extremo”, de “tener puesta la estima o veneración en una persona o cosa”, “venerar”, sentidos todos que se encuentran en el Diccionario de la Lengua Española[12].  En las sagradas imágenes, en efecto, veneramos el prototipo que ellas representan, como enseña claramente la doctrina católica[13], y en este sentido deben entenderse las afirmaciones del autor[14].

3.  Leyenda e historia de la Virgen de Luján del Dr. Raúl A. Molina

La tercera obra es un estudio del Dr. Raúl Alejandro Molina (1897-1973), benemérito miembro de grado de la Academia Nacional de Historia de la Argentina, titulado Leyenda e historia de la Virgen de Luján, publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Año XL, Buenos Aires 1967, págs. 151-197. Se trata de una conferencia magistral con un largo apéndice histórico y documental[15].

El mismo Molina define y explica el valor de su exposición: “A la historia de Luján, arraigada por espacio de más de tres siglos, he de sumarle hoy algunas noticias, que, si no modificarán aquel milagro, tan divino como sencillo, van a rodearle con el marco histórico que le falta”. Su estudio, sólidamente fundamentado en la documentación que el autor encontrara en los archivos que había consultado, significó un hito importantísimo en la historia de Luján y merece ser colocado entre las bases de la historiografía lujanense[16].

De hecho, el trabajo de Molina fue decisivo para fijar el lugar donde sucedió el milagro de Luján al encontrar él, en su investigación, la documentación referida a la ubicación de la estancia de Rosendo. Y también fue decisivo para confirmar la existencia histórica de los personajes que aparecen en las crónicas antiguas, dando así consistencia documentada a los hechos primitivos de Luján.

Sus conclusiones sobre la fecha del milagro, en cambio, han sido superadas gracias al posterior descubrimiento de otros documentos.

Molina, en efecto, principalmente en base a la corta edad de uno de los personajes mencionados en las crónicas antiguas, Diego de Rosendo, data el milagro en 1648, es decir, en una fecha posterior a la que dice la crónica de Oliver-Maqueda (el año 1630) y que era tradicionalmente aceptada.

Para Molina es decisivo el hecho de que en 1630 Diego Rosendo tenía unos doce años; luego, no habría podido ejercer las responsabilidades de propietario de la estancia. Por tanto, concluye, el milagro habría sucedido varios años más tarde. Sin embargo, estudios posteriores han superado esta aparente dificultad, confirmando la fecha tradicional de 1630[17].  Pero es de destacar que dichos descubrimientos posteriores se debieron, al menos en parte, al incentivo que la hipótesis de Molina suscitó al poner en duda la fecha que la tradición y la Historia de Oliver-Maqueda fijaban para el milagro.

Esta divergencia en la fecha del milagro no quita ningún mérito al precioso estudio de Molina, todo lo contrario. Baste leer el elogio que de este trabajo y de su autor hace el más acreditado estudioso de Luján, Mons. Juan Antonio Presas, cuando lo presenta como uno de los grandes historiadores lujanenses:

“Molina con su trabajo no trata de destruir nada de cuanto dijeron los anteriores historiadores, sino de poner las cosas en su lugar, según los modernos procedimientos de la ciencia; no rectifica la leyenda tradicional, sino que le proporciona el matiz histórico que, hasta entonces, le faltaba. Porque Santa María nos dio el primero, su fresca y simple relación del milagro; Maqueda aunó en un librito sin mucho examen cuanta tradición, leyenda y comentario escuchara sobre el tema; Salvaire, con su prestigio, despertó la atención de los pueblos sobre el milagro de Luján, pero a su narración le faltó la crítica y el análisis que hoy exige el mundo del progreso; por eso, Molina completa el trabajo presentándolo al público con las exigencias que reclama la moderna investigación […] El trabajo del doctor Molina […] fue como la piedra arrojada al lago de aguas tranquilas, que ensanchó los círculos de la investigación científica. Su conferencia abrió rumbos en el campo de la historia mariana argentina, y es ella el mayor monumento que la fe y la ciencia han levantado en estos últimos tiempos a la Soberana Señora de la Pura y Limpia Concepción del río de Luján”[18].

En cuanto a la metodología usada en esta edición, se tenga en cuenta lo siguiente:

– El texto de la conferencia del Dr. Molina se presenta íntegro, aunque omitimos los relatos de fray Pedro Nolasco de Santa María y de Felipe Maqueda, que el autor trae al inicio del Apéndice documental, porque ya están publicados en este mismo volumen. Indicamos la omisión con el signo del asterisco.

– El texto publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia contiene varios errores de edición. Probablemente se deban al hecho de que se trata de una conferencia oral, pronunciada en una sesión de dicha Academia, y que luego fue publicada sin el riguroso cuidado editorial que habría requerido un estudio de este tipo.

En esta edición hemos corregido los errores de edición más notables, por ejemplo, las confusiones de algunos nombres de los protagonistas, indicando las correcciones en nota a pie de página. En algún caso ha sido necesario mejorar la redacción para facilitar la comprensión, con agregados que colocamos entre corchetes.

– Hemos respetado la ortografía con la cual Molina transcribe los documentos antiguos. Por eso el lector encontrará evidentes errores de escritura que sin embargo no dificultan la comprensión de los textos.

– Hemos unificado la grafía de algunos nombres de personajes que en los documentos antiguos, como es común en estos casos, aparecen escritos de diferente modo.

– Hemos preferido poner a pie de página las referencias de los documentos citados y de los archivos donde se encuentran, que en el original estaban puestos entre paréntesis en el mismo cuerpo del texto, y dificultaban un poco la lectura. Además, hemos explicitado las siglas y abreviaturas que Molina utiliza para citar dichos documentos y archivos.

También hemos incluido, como introducción al texto, las palabras con las que el Dr. Miguel Ángel Cárcano, entonces Presidente de la Academia Nacional de la Historia, presentaba la prolusión del Dr. Molina y que fueron publicadas en el mismo Boletín de la Academia Nacional de la Historia.

  Los Editores

[1] En la Primera Parte: Escritores, págs. 51-58 (Pedro Nolasco de Santa María); 59- 66 (Antonio Oliver y Felipe José Maqueda); 81-87 (Raúl Alejandro Molina).

[2] J. M. Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, cap. 20, III; en esta colección, volumen 2, tomo 1, pág. 475. 

[3] Auto de comisión de fray Nicolás Gutiérrez para presidir dicho tribunal, en J. M. Sal-vaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, cap. 20, III; en esta colección, volumen 2, tomo 1, pág. 476. El auto final de la visita, que incluye tal disposición, en el Apéndice D, XXIV de la misma obra; en esta colección, volumen 2, tomo 2, págs. 570 y sigs.

[4] J. M. Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, cap. 20, IV; en esta colección, volumen 2, tomo 1, pág. 477.

[5] Ibidem, cap. 20, VI; en esta colección, volumen 2, tomo 1, pág. 478.

[6] La serie de los milagros testimoniados por varios testigos y contenidos en el manuscrito puede verse en J. M. Salvaire, Historia de Nuestra Señora de Luján, cap. 20, IX-XXI; en esta colección, volumen 2, tomo 1, págs. 481-490. También los transcribe en su extensa colección de documentos J. A. Presas, Nuestra Señora de Luján. Estudio crítico-histórico 1630-1730, Sexta Parte: Documentación, Documentos Primarios, año de 1737; en esta colección, volumen 3, págs. 512-521.

[7] Nuestra Señora de Luján. Estudio crítico-histórico 1630-1730, Primera Parte: Escritores, Pedro Nolasco de Santa María; en esta colección, volumen 3, pág. 57.

[8] Las hemos tomado de J. A. Presas, Nuestra Señora de Luján. Estudio crítico-histórico 1630-1730, Buenos Aires 1980, págs. 228-229 (en esta colección, volumen 3, págs. 354-355).

[9] Tomamos las noticias biográficas acerca de fray Antonio Oliver de M. A. Poli, “La Virgen de Luján y su cronista franciscano Fray Antonio Oliver Feliu o. f. m. (Palma de Mallorca 1711-Buenos Aires 1787)”, Nuevo mundo 8 (2007) págs. 81-106; publicado también en Bolletí de la Societat Arqueològica Lul.liana: Revista d’estudis històrics 64 (2008) págs. 289-308.

[10] Cf. J. A. Presas, Nuestra Señora de Luján. Estudio crítico-histórico 1630-1730, Primera Parte: Escritores; en esta colección, volumen 3, pág. 66.

[11] De esta Historia verídica de Oliver-Maqueda hubo otras ediciones en el siglo XIX: una de 1837, publicada por la Imprenta Argentina (Buenos Aires); otra en 1852; otra en 1864, publicada por la Imprenta de Mayo (Buenos Aires); otra en 1876 publicada por los Padres de la Congregación de la Misión; otra en 1887, editada en la Imprenta La Voz de la Iglesia (Buenos Aires). Hubo también varias ediciones en el siglo XX; se vea M. A. Poli, “La Virgen de Luján y su cronista franciscano Fray Antonio Oliver Feliu o.f.m. (Palma de Mallorca 1711-Buenos Aires 1787)”, en Bolletí de la Societat Arqueològica Lul.liana: Revista d’estudis històrics 64 (2008) pág. 306.

[12] Real Academia Española, Edición 23.ª, Madrid 2004, voz “Adorar”.

[13] Véase Catecismo de la Iglesia Católica, 2131-2132; Concilio de Trento, Sesión XXV (3-4 de diciembre de 1563): Denzinger-Schonmetzer 1821-1825; Concilio de Nicea, Sesión 7.ª (13 de octubre de 787): Denzinger-Schonmetzer 600-601. Por la razón teológica de dicha veneración véase también S. Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, 81, 3, ad 3.

[14] Es de notar que el padre Salvaire, al mismo tiempo que refuta la opinión de quienes piensan que los católicos adoramos a las imágenes propiamente, usa sin embargo adorar en este otro sentido; Historia de Nuestra Señora de Luján, cap. 17, V-XII; véase cap. 6, XI; cap. 9, I; cap. 34, X; cap. 44, XV; Apéndice S; Apéndice Yb. En algunos de estos textos se trata de citaciones de otros autores.

[15] El documento nos fue enviado gentilmente en copia fotográfica por la Sra. Mariana Miriam Lagar, Directora de la Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia.

[16] En palabras del Cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires, este estudio “marcó un antes y un después en la investigación del Milagro de Luján”; Carta al P. Gustavo Nieto, Superior General del Instituto del Verbo Encarnado, del 9 de marzo de 2019, pág. 2.

[17] Sobre este punto se vea J. A. Presas, Nuestra Señora de Luján. Estudio crítico-histórico 1630-1730, Segunda Parte: Bases, La fecha del milagro, volumen 3 de esta colección, págs. 133-135. Mons. Presas concluye: “Cuando dicho señor académico leyó su conferencia, era difícil dar solución plena a la dificultad, pues todavía no se habían descubierto o no eran conocidos muchos de los documentos que a lo largo de nuestra disertación hemos presen-tado. Pero, gracias a Dios, dicha dificultad nos ha espoleado a profundizar mejor en la fecha, y hemos ganado al interpretar debidamente los documentos, y sopesar con mayor exactitud las diversas partes del relato lujanense”; pág. 133, nota a pie.

[18] Ibidem, Primera Parte: Escritores; en esta colección, volumen 3, págs. 86-87.